UN CUENTO DE MI ABUELO
Déjenme contarles una historia que me sucedió una tarde. El martes tres de marzo entré en aquel Bar ubicado en el corazón de Recoleta. Me senté en una de las sillas, aquellas decoradas con la distintiva pieza que da nombre al lugar. Cerca de donde estaban Borges y Bioy, charlando amistosamente. En eso se acercó el mozo, tenía una cara algo olvidable y bastante seria. Con apuro hice mi pedido. Mientras el mozo se alejaba, pude sacar una pequeña Antología de cuentos breves que guardaba en mi mochila, siempre a la espera de salir a respirar. No recuerdo vez que haya estado en un Café y no haya leído. Era una edición algo antigua, un regalo de mi abuelo en mi cumpleaños decimosexto. Justamente fue en ese mismo Bar -mientras yo me aburría- donde él clavaba su mirada en un raro objeto de cuero. Al tiempo empezó a llevar cuentos para mi edad y los leía en voz alta. Yo quedaba hipnotizado. Les agregaba tono de suspenso, alegre o triste, dependiendo de la situación. Él admira