UN VIAJE AL PARQUE

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Hoy hicimos un viaje familiar. Fuimos a un parque, aunque no a un parque común y corriente. Era extraño. Una de las cosas que más me gusta del verano, además de no tener que ir a la escuela, es que con mis padres siempre vamos a los parques, no iguales a ese; pero un parque es un parque, supongo. Yo me suelo zarandear en los juegos mientras mi mamá lee un libro y mi papá se queda escribiendo y acomodando sus lentes frente a una torre de papeles.
Me hicieron bañar y ponerme un traje que me molestaba, me apretaba el cuello. Para qué llevar una estúpida corbata a un parque. En el auto pasaban canciones viejas, de las que les gusta a ellos, tarareaban las melodías. Al mismo tiempo no cesaban de recordar anécdotas del tío. En realidad el nombre de mi tío Julio estuvo presente todo el día, no creo recordar otro momento en que haya sido nombrado tantas veces. Todos hablaron de él. Sus hazañas, sus aventuras. Él era muy aventurero, siempre tenía una historia debajo de la manga para cautivar a todos. Es muy probable que más de la mitad sean falsas, pero siguen siendo atrapantes. Es raro que no haya venido, generalmente nos acompaña a estas salidas. Hace payasadas. Se pone comida en la cara y simula ser un animal o cosas así. Él es el comediante de la familia, haciendo escupir a los demás. La Silvia no aguanta la risa tan sólo de verlo.


Era un parque gigantesco rodeado de pasto y árboles. Yo quería ir a corretear por todo el lugar pero no me dejaban. Pude haber llevado la pelota para jugar. Mi mamá me tenía pegado a ella, amarrado como si fuese un perro en una veterinaria. Veía gente a mi alrededor que llevaba flores. A pesar de ser verano, llovía. Esa pequeña y molesta lluvia de verano. Las hojas naranjas y amarillas se pegaban en mis suelas, cuando quitaba una, otra aparecía. A veces un gran soplido hacía dar vuelta los paraguas, era divertido ver a mi abuela haciendo fuerza para tratar de ponerlo bien. Yo iba saltando de charco en charco, chapoteando con mis zapatos nuevos, mojando a los otros. Lo raro es que no me castigaron, otro día lo hubiesen hecho sin dudarlo. Aunque mi mamá sí me sujetó del brazo con mucha fuerza, casi clavándome las uñas. Todavía tengo el moretón. Mis medias estaban mojadas y me pesaban. Al rato olían a viejo y sucio, como el olor que venía del parque.

Llegaron más familiares. Algunos que no había visto en mucho tiempo, otros que no había visto jamás. Estaban el Ernesto y la Claudia, que volvían de un viaje a las Cataratas, ella es la hermana de mi mamá. También el Roque –el hermano de mi papá–, la persona más aburrida que conozco. Si mi tío Julio fuese un superhéroe, él sería el archienemigo. Cuando viene, lo hace junto con todos sus hijos. Son como treinta. Cada fiesta o cena familiar tenemos que poner una mesa tras otra para que quepamos todos. Con el Lucas arrancamos jugando juntos pero luego nos terminamos peleando. A veces son tonterías pero yo siempre tengo la razón y él sólo se digna a molestarme. A todos ellos los vi en mi cumpleaños, la semana pasada. Una señora mayor con mal aliento que no conocía, se acercó y me despeinó pasando su arrugada mano por sobre mi cabeza. Después, en forma de fila, todos empezaron a hacer lo mismo. Algunos dejaron marcas en mi cachete. Quería golpearlos.

Luego nos movimos hacia otra parte del parque. Yo me iba por las piedras al costado del camino, simulando ser aquellas personas de los circos que caminan por las sogas. No me caía. Por medio de aquellas extrañas figuras vi un gato de color gris con manchas blancas. Cada vez que me acercaba para intentar agarrarlo, él se escapaba. Otra vez mi mamá me sujetó hacia ella, pero esa vez de la oreja. Estuve refunfuñando un largo rato. No aguantaba la hora de que me suelten y poder lanzarme de un montículo a otro. En casa yo les dije que me dejasen llevar la bicicleta pero ellos se negaron, era el lugar ideal. Como cuan- do hacíamos carreras con mi tío, yo siempre ganaba pero porque él se dejaba ganar. No soportaba más estar quieto como una estatua ni la cara de los otros alrededor. Fue el peor viaje que hicimos en familia.

Más tarde entramos en una especie de edificio grande. Muy alto, inclusive más que mi papá. Un auto largo llegó. Bajaron un cajón marrón y con forma rara. Lo entraron con ayuda de mi tío Néstor, mi papá y otro señor. Quería subirme y que me lleven como si fuese un jinete en su caballo. Entonces apareció una persona desconocida, usaba una especie de traje largo que le llegaba hasta los pies. Se movía y hablaba con muchos gestos. Mojó mis manos y mi cabeza con agua. Extrañaba los chistes de mi tío, en ese momento él hubiese hecho una imitación suya y veríamos descostillarse de carcajadas a todos. En cambio estaban todos con las caras tristes y callados. Además estaba muy aburrido. Extrañaba cuando me hamacaba en su pierna o simulaba hacerme volar como en un cohete.
Antes de irnos, el sujeto extraño dijo unas palabras que no entendí y de a poco todos se fueron acercando. No sé por qué pero arrojaron tierra allí, incluyendo a mis papás. Sentía que me miraban con los ojos bien abiertos. Sentía sus ojos en mi nuca, como esperando algo de mí. Sentía dolor en el estómago. Sentía que el cuello me apretaba cada vez más, tal vez era la estúpida corbata. Sentía que la habitación se achicaba. Junté un poco de tierra algo mojada y la lancé al cajón. En eso todos lloraban. Mamá, papá, Claudia, Ernesto, Néstor, Silvia y hasta Roque. No sé por qué pero me pegó el momento y yo también lloré. Sin saber por qué, lloré... No sé si quiero volver a ese parque alguna vez.

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