DIARIO DE UN PINTOR



«14 de Octubre de 1492
No sé si alguna vez este pedazo de piel de res llegue siquiera a pisar el suelo de un destinatario favorable. Tal vez se consuma en su ser y permanezca oculto a cualquier avistamiento. Pero tengo una obligación conmigo mismo, debo escupir lo que se oculta en mí.
Ha sido una verdadera masacre. Todo inició cuando mi compañero de navegación, Rodrigo de Triana, lanzó al aire un alarido, un simple vocablo de exaltación: “¡Tierra!”. O tal vez fue antes, mucho antes.


Ése día Febo esperaba impaciente nuestra llegada. Ojalá no lo hubiera hecho. Ojalá hubiese sido una de las tantas expediciones fallidas. Ojalá hubiesen sido leguas recorridas en vano. Ojalá no hubiese sido seducido por el Almirante para formar parte de esta embarcación. Ojalá, ojalá…
El horizonte relucía en una suave caricia del sol. El aire era cálido, palpable y se mostraba sereno. La isla desbordaba de papagayos que figuraban pinceladas de pintura al fresco. Asumían tonalidades que se intercalaban tenues y radiantes en ese paisaje de gama verdosa. El paisaje más hermoso que vi a lo largo de mis años, a lo largo de mis retratos. Suelo que asomaba montañas, sierras y valles de la más alta variedad. Si tan sólo lo hubiésemos dejado así, el lienzo intacto reposando sobre el atril. Pero no podíamos simplemente contemplar. Debíamos entorpecer la obra con nuestras corrosivas manos.


Luego de encallar y pasar la orilla, nos tropezamos con Ellos. Gentes desnudas pintarrajeadas que correteaban por el lugar. Hombres de cabezas anchas. Hombres de color marrón castaño que contrastaba con el nuestro. Hombres que balbuceaban sonidos extraños, o al menos ajenos a mis oídos. Un enfrentamiento entre dos mundos: el Viejo contra el Nuevo. Aunque ya no sabría señalar cuál es cuál.


Pero todo se tornó grisáceo. La luna era testigo mudo de lo que hacíamos, de nuestras atrocidades. ¿Cómo podré pintar mapas del Nuevo Mundo para los reyes, si lo único que queda es aniquilación y desolación? ¿Cómo encontrar colores en mi godet para representar éso? Extinguiendo cada forma de vida a su derredor. Nuestros lazos blancos de piel dieron fruto a un suelo de cabezas rojas. Por él, por ése monstruo avaro. Ése ambicioso ser. Es una bestia despiadada y horrenda. No se conformó con convencer a los reyes de Génova. No, quiere ir por todo. Deglutir cada gramo de tierra. Aglutinar y acumular cada motín de plata y oro. Al ver sus preciosos metales su cara sufre una transformación. Sus ojos se encandilan y de su piel salen escamas; escupe fuego. Pero hay algo peor que transforma su gélida mirada, algo que lo convierte en una verdadera Bestia: el reconocimiento. Quiere ser reconocido como el “Gran Conquistador”. Convertirse en una deidad. Acaparar los libros de Historia. El costo está escrito con sangre. Parece que no hay forma de saciar a la Bestia. Y todo jurado en el nombre de un Dios diferente al que yo rezo.


Todo lo sucedido en esta falsa odisea me corta el estómago, las náuseas recorren mis entrañas y se apoderan de mí. Nosotros, los “venidos del cielo” parecemos venidos del infierno. Pensé que habíamos extraviado el objetivo original de la expedición, ahora me pregunto si acaso hubo otro. Me exclamo ajeno a ellos pero, ¿qué hago para detenerlos? ¿Qué me hace diferente de aquellos desalmados?
Tardé tiempo en dilucidar, pero ahora lo hago. Todos en esta tripulación tenemos esa Bestia. También yace dentro de mí. Fue por ella que vinimos aquí. Y fue por ella que trajimos un nuevo color a estas tierras, pero no fue el blanco. No, ahora se entremezclan en ese jardín de montañas y matices de verdes, ríos de sangre. De color rojo punzó.

D. P.»


L.S. Markieff.

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