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UN CUENTO DE MI ABUELO

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Déjenme contarles una historia que me sucedió una tarde. El martes tres de marzo entré en aquel Bar ubicado en el corazón de Recoleta. Me senté en una de las sillas, aquellas decoradas con la distintiva pieza que da nombre al lugar. Cerca de donde estaban Borges y Bioy, charlando amistosamente. En eso se acercó el mozo, tenía una cara algo olvidable y bastante seria. Con apuro hice mi pedido. Mientras el mozo se alejaba, pude sacar una pequeña Antología de cuentos breves que guardaba en mi mochila, siempre a la espera de salir a respirar. No recuerdo vez que haya estado en un Café y no haya leído. Era una edición algo antigua, un regalo de mi abuelo en mi cumpleaños decimosexto. Justamente fue en ese mismo Bar -mientras yo me aburría- donde él clavaba su mirada en un raro objeto de cuero. Al tiempo empezó a llevar cuentos para mi edad y los leía en voz alta. Yo quedaba hipnotizado. Les agregaba tono de suspenso, alegre o triste, dependiendo de la situación. Él admira

LAS PALABRAS Y LAS COSAS

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T uve una imagen que se cruzó por mi cabeza. Fue momentáneo, pudieron ser milésimas de segundos. Fue la imagen gráfica más hermosa jamás vista por mis lentes. Estaba sentado en la plaza, llovía a cántaros y me reposé sobre una especie de estatua en forma de jinete que me servía como techo. Cuando la vi. Un deleite para mi córnea. Podría decirse que tal vez fue un efecto luminoso, no lo sé, pero poseía una belleza y una sutileza tal, que inmediatamente los pelos de mi cuerpo se pusieron de punta. Quise compartir esta exaltación con alguien, que no mueriera en mí. Fui a donde vivo. Pude observar a Rubén en el patio de la entrada y me acerqué a contarle. Mientras tomaba mate, me miraba como se mira a un loco que deambula gritando por la calle, con los ojos algo abiertos. Yo hacía gestos con ambas manos, él realmente no entendía nada, estaba completamente perdido. Me preguntaba: «¿Qué viste, exactamente?». Pero me fue imposible explicarlo. Era algo raro, confuso y desconocido. Tenía u

SER Y TIEMPO

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E stá desorientado. No comprende nada de lo que sucede a su alrededor. Mueve sus manos en el aire y las mira detenidamente, perplejo. Succiona, mueve, aprieta, gira, grita, babea. Mira con ojos de asombro las moscas que flotan y hacen ruido por toda la habitación. Mira el elegante caminar de una hilera de hormigas. También lo sorprende el mover de una cortina de flores amarillas en la cocina. Come, ríe de los gestos y las muecas exageradas que hace su madre. Para él todo es presente, todo es un ahora. La gente aparece y desaparece a todo momento. Explora toda la casa en cuatro patas. Cada rincón es desconocido, cada rincón es una aventura, su casa parece un laberinto sin fin. Se balancea de un lado al otro. De a poco le queda más lejos el piso. Imita a los seres cercanos y comienza a caminar sobre dos patas. Juega. Inventa. Se convierte en pirata, se convierte en un soldado, inclusive en un aviador. Todo en el patio trasero de su casa. Juega con otros similares. Juega con su vecina

UN VIAJE AL PARQUE

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H oy hicimos un viaje familiar. Fuimos a un parque, aunque no a un parque común y corriente. Era extraño. Una de las cosas que más me gusta del verano, además de no tener que ir a la escuela, es que con mis padres siempre vamos a los parques, no iguales a ese; pero un parque es un parque, supongo. Yo me suelo zarandear en los juegos mientras mi mamá lee un libro y mi papá se queda escribiendo y acomodando sus lentes frente a una torre de papeles. Me hicieron bañar y ponerme un traje que me molestaba, me apretaba el cuello. Para qué llevar una estúpida corbata a un parque. En el auto pasaban canciones viejas, de las que les gusta a ellos, tarareaban las melodías. Al mismo tiempo no cesaban de recordar anécdotas del tío. En realidad el nombre de mi tío Julio estuvo presente todo el día, no creo recordar otro momento en que haya sido nombrado tantas veces. Todos hablaron de él. Sus hazañas, sus aventuras. Él era muy aventurero, siempre tenía una historia debajo de la manga para

LA INQUIETUD

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H ace frío, pero no solamente hace frío, hay una ventisca que colisiona contra su gélido rostro. La calle se encuentra parcialmente desolada, lo suficiente para que los bloques de hormigón le devuelvan el sonido de su calzado golpeando el pavimento. La noche no lo apura. Admira el mural pintado en el alto techo colmado de estrellas, nunca creyó en que haya un «más allá de eso». Nunca creyó en el espacio infinito, siempre tuvo el cínico pensamiento de que el cielo es el final de todo. Que todo lo que vemos desde aquí tiene exactamente el mismo tamaño. Súbitamente algo perturba su divagación, una sensación extraña. No asimila qué, pero lo incita a caminar a un paso más apresurado, como si tratara de escapar de algo; pero... ¿de qué? Este presentimiento parece tener dueño, percibe una extraña figura detrás. Mientras, acelera aún más su marcha. Trata de distinguir su tan temible perpetrador, ¿perpetrador? Sólo puede discernir una silueta amorfa, más bien una sombra que lo acecha, ¿acaso

DIARIO DE UN PINTOR

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« 14 de Octubre de 1492 No sé si alguna vez este pedazo de piel de res llegue siquiera a pisar el suelo de un destinatario favorable. Tal vez se consuma en su ser y permanezca oculto a cualquier avistamiento. Pero tengo una obligación conmigo mismo, debo escupir lo que se oculta en mí. Ha sido una verdadera masacre. Todo inició cuando mi compañero de navegación, Rodrigo de Triana, lanzó al aire un alarido, un simple vocablo de exaltación: “¡Tierra!”. O tal vez fue antes, mucho antes. Ése día Febo esperaba impaciente nuestra llegada. Ojalá no lo hubiera hecho. Ojalá hubiese sido una de las tantas expediciones fallidas. Ojalá hubiesen sido leguas recorridas en vano. Ojalá no hubiese sido seducido por el Almirante para formar parte de esta embarcación. Ojalá, ojalá… El horizonte relucía en una suave caricia del sol. El aire era cálido, palpable y se mostraba sereno. La isla desbordaba de papagayos que figuraban pinceladas de pintura al fresco. Asumían tonalidades que s